Espacio destinado a la difusión de expresiones culturales y arte contemporáneo
domingo, 24 de agosto de 2014
domingo, 17 de agosto de 2014
Alberto Muñoz - Literatura - Música - Teatro
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| Alberto Muñoz |
Poeta, dramaturgo, guionista, músico
Buenos Aires
músico
Co-creador de M.I.A. - Músicos Independientes Asociados -
Músicos Independientes Asociados fue una cooperativa de músicos que surgió en 1975
"La experiencia de MIA fue estructural en mí. [...] Digo
"estructural" en el sentido de que un grupo artístico puede producir
una movida cultural bajo las espadas, los sables y los Falcon en todo el país,
sabiendo que éramos trenes rigurosamente vigilados. Y la experiencia de los
músicos independientes, que sacamos del teatro independiente, era un sueño.[...] porque
era imposible tener una editora de discos propia. Vimos que todo se podía. Eso,
para mí, fue educativo. Fue la única experiencia de la que obtuve una educación
cívica. Obvio, pasaron muchos años y ya no pienso así: uno mira las cosas más
críticamente."
"¡La gente compraba por anticipado un disco que ibas a grabar! Lo pagaban y esperaban. Lo que se producía ahí era confianza ciega. Nadie estafaba."
"Y sin embargo, esa experiencia de MIA no figura en los libros de rock. Y a esta altura eso es sospechoso."
"¡La gente compraba por anticipado un disco que ibas a grabar! Lo pagaban y esperaban. Lo que se producía ahí era confianza ciega. Nadie estafaba."
"Y sin embargo, esa experiencia de MIA no figura en los libros de rock. Y a esta altura eso es sospechoso."
Mágicos juegos del tiempo (1977) álbum - http://youtu.be/ua6vxZW3f_o
solista
audio del tema "El hombre que agrandaba el cielo"
Poeta
"Yo sería el hombre más feliz de la tierra si pudiera
escribir un gran poema. Todo lo que hago en el plano de lo artístico tiene como
fin último escribir ese gran poema y pasar por este mundo como un poeta. Y por
supuesto, para que me incluyan en ese libro de Billiken. Con dibujito y todo."
fragmento de "Amanda desdesiempre"
[…]
No más que seis vagones atravesando la noche,
en cada uno de ellos viaja un fantasma, una criatura
sola, cada cual con su valija y su cuerpo fuera y
dentro de ella. Los que aman la poesía, los que la
reprimen, los que andan entre socorro y socorro,
los que se vienen de si hasta el lugar de sus
nombres.
en cada uno de ellos viaja un fantasma, una criatura
sola, cada cual con su valija y su cuerpo fuera y
dentro de ella. Los que aman la poesía, los que la
reprimen, los que andan entre socorro y socorro,
los que se vienen de si hasta el lugar de sus
nombres.
[…]
de "Trenes"
Ciclo musical amatorio
Me gustan las mujeres musicales todas
aún las morochas de estuche.
Me atraen las trigueñas que tienen oído
y solfean como moscas.
Ah viajar en tren con las de permanente
o las de ruleros
alumnas de flauta o de quena
besarlas a cuenta del soplido
ir por el cultivo natural de sus bocas
al vacío.
No hay como las más bonitas de piernas
las mulatas peripatéticas y dulces
como el oboe negro.
Ebano es lo justo
para describir aquello que de no ser piel
sería una media de madera africana.
Las pelirrojas son ácidas si llevan alma
y las pérgolas son perfectas para desvariarlas
rojas como sioux o como el ojo del águila.
Nada como las delgadas nocturnas
pequeñas musulmanas veladas por el chador
de pechos que parecen ceniceros.
Ah las que comen pepinos escuchando a Brahms
y van del violín a la uva y de las cremas al vapor:
cuartetos para el fin de los tiempos.
Amo a aquellas que fuman y tocan el piano
humildes como pastelitos leyendo a Boris Vian
subiendo escaleras y abriendo
la parte rosa del piano.
¿Tocan algo las mujeres que nos priva
de instrumentos y silencio?
¿No estacionan bien sus autos
porque solfean demasiado en la noche del tímpano?
¿El tamaño de sus corpiños
habla de la diferencia entre Arjona y Pallestrina?
Divinas las que pitan imitando a los trenes.
Divinas las que venden su cuerpo para llevarse
un trombón.
Divinas las que llevan el violín a sus mentones
las que lloran como melódicas de plástico.
Prefiero a las muy jóvenes con pómulos
las que creen que Dios existe una hora antes.
Me agradan las japonesas aunque tailandesas
que no se les parecen. Llevarlas a la boca
como ciruelas rojas y tensas con el cabito oblicuo
de sus ojos.
Una vez llamé a una china por su nombre y vino.
Todos hemos venidos al mundo por una mentira similar.
guionista
"Magazine For Fai" "Okupas"
género infanto-juvenil miniserie
teatro
La voz de la sirena Antígonas La marca de Caín
fragmento de La marca de Caínhttp://youtu.be/CLVNdnYqLOc
Reportajes a Alberto Muñoz
Pagina 12 – 2000 - http://www.pagina12.com.ar/2000/suple/radar/00-04/00-04-30/nota5.htm
jueves, 14 de agosto de 2014
Luciano Polverigiani - Cerámica
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| Luciano Polverigiani |
Cerámica
Villa Elisa, Buenos Aires
Museo Caraffa - Córdoba - "La trama del tiempo"
IV Bienal de Artesanías de Buenos Aires
Museo de Arte Popular José Hernández
Pacha - La Caja
Décimo Simposio Internacional de Cerámica de Avellaneda
Instituto Municipal de Cerámica de Avellaneda
Encuentro de ceramistas en el cual se desarrolla el proyecto frente al público en todo su proceso. La pieza resultante permanece en el Instituto.

Salón Nacional de Artesanías del Bicentenario - Fondo Nacional de las Artes
domingo, 10 de agosto de 2014
Sandra López Vigil - Literatura
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| Sandra López Vigil |
Narrativa
Buenos Aires
de Pentagrama
Cuentan que existe una canción que guarda en sus versos
encriptado el silencio. Cuentan que al cantarla el corazón se va llenando de
arena. Cuentan que sólo puede entonarla aquél que haya sido nombrado Señor del
Destierro.
Suena tu cuerno de caza en la noche. Sobre los labios sellados el aire huele a flores secretas. Mi brújula infiel te sigue como un perro.
Suena tu cuerno de caza en la noche. Sobre los labios sellados el aire huele a flores secretas. Mi brújula infiel te sigue como un perro.
[...]
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| Raven |
Raven
Negro el
universo, ávido, en su pelo se atraganta y vomita la luz.
Así guarda el
gato que dormita indolente, espejo imprevisto del umbral, la llave de
todos los misterios.
Hortensias y lavandas
Dicen en Oriente que hay cosas que desean suceder juntas.
Pero la frontera entre el jardín y la galería embaldosada de la casona de los
Urtizberea queda en Occidente y tal vez por eso no hay nada que parezca
buscarse en el cruce de Rosa Alvarado y Helena, la jardinera.
Rosa Alvarado limpia bien y es de confianza. Viene de alguna tierra firme y seca cuyo nombre los Urtizberea olvidaron aún antes de escucharlo. No se le conoce familia ni varón.
Helena, o Helen como los Urtizberea la llaman, no es de acá, se le nota en el color de los ojos y en la educada distancia con la que trata a todos por igual.
Dos veces por semana Helena dice buenos días y Rosa Alvarado levanta la cabeza y niega los ojos. El resto de la mañana transcurre en silencio.
El silencio de Helena es un viento que pasa por la piel sin verse en las hojas. El silencio de Rosa es un insulto monocorde y malogrado. A Rosa Alvarado le faltan las palabras para deletrear el resentimiento. Por eso lo escupe con la escoba sobre los canteros de hortensias y lavandas que bordean el patio. Hasta alguien tan bruto sabe que las flores sienten antipatía por los perfumes artificiales. Pero los pies de Helena son blancos y pequeños y andan sobre el césped sin llevarse el rocío.
Dos veces por semana, mientras las manos de Helena buscan la cintura de los brotes, la tierra se traga la espuma rabiosa de los detergentes y todos los muertitos de Rosa Alvarado se ponen de costado en sus tumbas para esquivar la vergüenza.
Y es así hasta que la tijera de podar, empujada por alguna fuerza invisible, cae desde la balaustrada donde reposa a las baldosas del patio. Cae peligrosamente cerca de las ojotas gastadas. A Rosa Alvarado se le va la mano y la intención: con un violento escobazo –que hace palidecer las prácticas de los Urtizberea en el green- coloca la tijera de podar junto a los pies de Helena que trasplanta unas begonias donde termina el camino de piedra.
Helena, la jardinera, sin sacarse los guantes, recoge la tijera y se incorpora. Algo sordo y caliente se despierta en el bajo fondo de su vientre, se desenrosca y le alcanza el pecho. Del pecho a las manos, es cuestión de segundos. Helena atraviesa el jardín de los Urtizberea, cruza la frontera que lo separa del patio y vuelca, con un solo movimiento, toda la bolsa de abono sobre las baldosas recién baldeadas. Y mientras los muertitos de Rosa Alvarado se doblan de risa en sus tumbas, deja caer la tijera sobre la pila de estiércol y vuelve, por el camino de piedra, junto a las begonias.
Rosa Alvarado va a tener que volver a llenar el balde. Pero antes recoge la tijera, la limpia con el delantal y la deposita sobre la balaustrada de madera blanca, que en la casona de los Urtizberea, separa el jardín de la galería embaldosada. Lejos, todos sus muertitos duermen por fin el sueño de los justos.
Rosa Alvarado limpia bien y es de confianza. Viene de alguna tierra firme y seca cuyo nombre los Urtizberea olvidaron aún antes de escucharlo. No se le conoce familia ni varón.
Helena, o Helen como los Urtizberea la llaman, no es de acá, se le nota en el color de los ojos y en la educada distancia con la que trata a todos por igual.
Dos veces por semana Helena dice buenos días y Rosa Alvarado levanta la cabeza y niega los ojos. El resto de la mañana transcurre en silencio.
El silencio de Helena es un viento que pasa por la piel sin verse en las hojas. El silencio de Rosa es un insulto monocorde y malogrado. A Rosa Alvarado le faltan las palabras para deletrear el resentimiento. Por eso lo escupe con la escoba sobre los canteros de hortensias y lavandas que bordean el patio. Hasta alguien tan bruto sabe que las flores sienten antipatía por los perfumes artificiales. Pero los pies de Helena son blancos y pequeños y andan sobre el césped sin llevarse el rocío.
Dos veces por semana, mientras las manos de Helena buscan la cintura de los brotes, la tierra se traga la espuma rabiosa de los detergentes y todos los muertitos de Rosa Alvarado se ponen de costado en sus tumbas para esquivar la vergüenza.
Y es así hasta que la tijera de podar, empujada por alguna fuerza invisible, cae desde la balaustrada donde reposa a las baldosas del patio. Cae peligrosamente cerca de las ojotas gastadas. A Rosa Alvarado se le va la mano y la intención: con un violento escobazo –que hace palidecer las prácticas de los Urtizberea en el green- coloca la tijera de podar junto a los pies de Helena que trasplanta unas begonias donde termina el camino de piedra.
Helena, la jardinera, sin sacarse los guantes, recoge la tijera y se incorpora. Algo sordo y caliente se despierta en el bajo fondo de su vientre, se desenrosca y le alcanza el pecho. Del pecho a las manos, es cuestión de segundos. Helena atraviesa el jardín de los Urtizberea, cruza la frontera que lo separa del patio y vuelca, con un solo movimiento, toda la bolsa de abono sobre las baldosas recién baldeadas. Y mientras los muertitos de Rosa Alvarado se doblan de risa en sus tumbas, deja caer la tijera sobre la pila de estiércol y vuelve, por el camino de piedra, junto a las begonias.
Rosa Alvarado va a tener que volver a llenar el balde. Pero antes recoge la tijera, la limpia con el delantal y la deposita sobre la balaustrada de madera blanca, que en la casona de los Urtizberea, separa el jardín de la galería embaldosada. Lejos, todos sus muertitos duermen por fin el sueño de los justos.
Una verdad pequeña como una semilla
Tal vez todos nacemos cobijando una verdad -una verdad pequeña como una
semilla, una semilla pequeña como un grano de arena- y nuestra tarea consista
en desguarecerla, quitarle suavemente los velos, uno a uno, como quien desnuda
a un recién nacido. Tal vez eso sea todo lo que tenemos que hacer. Dejar
aquello librado a la intemperie del mundo. No es tan malo. A veces vendavales,
a veces
soles incendiarios, a veces jazmines y rocío. Nada que una verdad, pequeña como
una semilla, no pueda soportar.
sábado, 9 de agosto de 2014
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